No veo ningún programa de cocina, no me interesa Master Chef ni sucedáneos, alucino cuando algunos periódicos de información general le dedican tiempo al ganador de uno de estos realities culinarios. Cuando haciendo zapping caigo por error en uno de estos programas y alguien aparece mezclando nata de cocinar con chocolate o lo que sea para hacer un postre, no lo niego, me entra el hambre, pero no me apetece, ni por asomo, ponerme a imitar al cocinero. Cambio de canal y a otra cosa.

Me gustaría tener el dinero y el valor para comer siempre fuera de casa. Pero no tengo ni lo uno, ni lo otro. No hace falta explicar que comer fuera de casa todos los días es un gasto inasumible para una persona normal. Y luego está lo del valor: tengo la sensación de que agotaría los restaurantes y el personal me empezaría a mirar raro: “este chaval no tiene casa, ¿o qué?”

Pues no, no me gusta cocinar. Entro en mi cocina y no me paro demasiado en los fogones. Abro el cajón de los cubiertos y no hay ningún utensilio especial de esos que fascinan en televisión como el spray para ensaladas. De hecho, hace unas semanas cayó en mis manos un aceite especial para aliñar ensaladas en forma de spray y yo me lo puse en las axilas pensando que era desodorante…

No me gusta cocinar porque, principalmente, requiere tiempo y habilidad. Tiempo tengo, pero prefiero ver la tele, y de lo otro tengo poco. Y sí, hubo alguna vez que intenté preparar algún plato. Recuerdo lo de la nata de cocinar porque yo también intenté un buen día preparar un postre para una chica que me vino a visitar. No volvió: no sé si fue porque el postre estaba horrible, porque quemé el pescado al horno, o porque se enamoró de uno de los bomberos que acudió a mi cocina a controlar el incendio…

Así que la moda de los servicios de distribución de comida a domicilio es ideal para mí. De hecho me han extendido una tarjeta platino a cliente fiel. Incluso estoy pensando en hacer una reforma en la cocina y poner en su lugar otro baño.