La limpiadora maternal

La limpiadora maternal

Mi limpiadora cree que es mi madre. No sé en qué momento de los tres meses que lleva viniendo a mi casa una vez por semana creyó que necesitaba otra madre, pero ha adoptado esa postura. Nada más llegar ya me sorprendió con algunas opiniones sobre mi casa: “esto debería estar aquí o esto allá”. Yo me quedé patidifuso pero venía con muy buenas referencias: el portero me la había recomendado y a ver cómo le llevaba yo la contraria al hombre…

Así que ahora tengo dos madres. El otro día se decidió a limpiar la nevera y la cosa derivó en un alegato sobre los alimentos. Me dijo que había notado que había poca fruta en la nevera y que tenía demasiadas bebidas. Me preguntó directamente si es que no comía mucho en casa. Y luego me dijo que tenía que tomar mucha más verdura y derivados lacteos. Yo le sigo la corriente casi siempre y le digo que sí a todo mirando el reloj de vez en cuando para ver cuándo se va.

Pero hay que decirlo todo: la mujer es un diez en profesionalidad. Limpia donde nunca antes había limpiado nadie y se le ocurren trucos inimaginables: parece la McGyver de la limpieza. Un día la veo colgándose de una cuerda para limpiar ese rincón de la ventana que es imposible alcanzar desde dentro.

Para saber si una limpiadora cumple, un truco es comprobar si limpia debajo del sillón: las dos anteriores chicas que venían a casa no lo hacían, o lo hacían muy de vez en cuando: esta señora lo deja siempre como los chorros del oro.

Ahora bien, a veces me pregunto si me sale en cuenta tener a la mejor limpiadora del mundo a cambio de que me aconseje comer más derivados lácteos o cómo debo colocar el cojín en el sofá. En algunos momentos pienso en decirle que no vuelva: de hecho, juraría que el último día le dije que era mejor que no volviera, que no funcionaba nuestra ‘relación’, pero a la semana siguiente ahí estaba, como un clavo. ¿La despedí o lo soñé? No lo sé, será mejor dejarlo todo como está: tal vez necesite dos madres.

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