Las pulseras de pedida de mano viven un repunte histórico en el sector joyero, a pesar de ser un producto de tradición menos dilatada que el anillo de compromiso, cuyos orígenes pueden rastrearse hasta el Antiguo Egipto. En concreto, fue el trigésimo quinto presidente estadounidense, John F. Kennedy, quien obsequió por primera vez con esta joya a su prometida antes de sus nupcias. Este detalle, de hondo calado en la sociedad, ha cobrado fuerza en los últimos años.

Y es que regalar una pulsera en lugar de un anillo de pedida presenta múltiples beneficios. La permanencia es uno de ellos, pues mientras que el anillo de compromiso termina siendo guardado prematuramente en el joyero, la pulsera puede complementarse más eficazmente con el anillo de boda, lo que prolonga su duración y, por tanto, acrecienta su valor sentimental.

Investigar la talla del anillo supone una carga de estrés adicional, además de suponer un riesgo para el factor sorpresa, que podría diluirse si la prometida empieza a sospechar. Con las pulseras de compromiso, estos problemas brillan por su ausencia, pues generalmente estas joyas carecen de talla.

La variedad de diseños y materiales es otra de las fortalezas de las pulseras de compromiso. Prácticamente, todas las firmas joyeras comercializan modelos de estilo rivière, de princesa, en trío, etcétera, confeccionados con metales y piedras preciosas como la plata, el oro blanco, rosa y amarillo o los diamantes. Desde luego, una variada oferta donde elegir la pulsera que mejor se adapte a los gustos de esa persona especial.

Como los anillos, las pulseras poseen una gran carga simbólica. Representan la unión y el compromiso de los enamorados, sentimientos que ambas partes compartirán y que les permitirán tener una muestra de su afecto antes de darse el ‘sí, quiero’ en el altar. En diversas culturas también simbolizan la fortuna, la confianza y la eternidad.