Dulce Navidad 

Dulce Navidad 

Todos los años lo mismo: me preparo psicológicamente para tratar de mantenerme al margen de las tentaciones navideñas, pero siempre acabo fallando por un lado u otro. Lo de esta Navidad ya ha sido rizar el rizo. Han sido las fiestas que más han durado desde hace muchos años. Y cuanta más fiesta, más comida. Y cuanta más comida, más kilos. Y a principios de enero todavía no había terminado la Navidad. Oficialmente sí, pero no las ‘vacaciones’, porque llegó Filomena y seguimos encerrados, con los niños en casa sin colegio, teletrabajando y con un montón de comida sobrante de las fiestas: el cóctel perfecto para un goloso.

Y eso que el asunto lo tenía más o menos controlado en Nochebuena. No había comido nada de turrón ni había hecho ninguna comida especial. El puente de la Constitución fue algo complicado porque pasamos bastante tiempo en casa, pero nada del otro mundo. Y es que cuánto más tiempo paso en casa, peor para mí porque me aburro, no me muevo… y la cocina está demasiado cerca. 

Pero entonces tuvimos que pasar unos días en casa de mis suegros. Y no sé qué pasó este año, pero redoblaron sus esfuerzos con los dulces. Nada más llegar nos ofrecieron unas galletas de mantequilla caseras. Probé la primera y sabía que desde ese instante había perdido la batalla otra Navidad más. Me quedaban varios días en casa de mis suegros y nunca había visto una bandeja de turrón más grande: de todas las marcas y sabores, de todos los colores y tamaños. ¡Para qué tanto turrón si solo éramos seis personas! Y mi suegro mirándome de reojo con la media sonrisa sabiendo la lucha interior que mantuve en todo momento: entre el placer y el deber.

Cuando nos fuimos a casa por fin, mi suegra nos metió en un tupper todas las galletas de mantequilla que había sobrado que yo acepté gustoso… porque no te puedes negar a nada cuando se trata de tus suegros. El resultado ha sido la Navidad más dulce que recuerdo desde que era un niño… y una talla o dos más en los pantalones.

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